Ingreso en el hospital en lugar de vacaciones

© Mats Thorstensson

Hace algunos años, Monika fue de viaje a Turquía con sus hijos Emil, Johannes y Jennifer. Pero sus primeras vacaciones en el extranjero no resultaron como las habían planeado. Esta es su historia.

“Sólo un par de días después de comenzar nuestro viaje, Emil comenzó a tener una fiebre muy alta que no se le pasaba. El personal del hotel en el que nos alojábamos fue muy amable y nos llevaron a un centro médico”, explica Monika. “Tuvimos que esperar un rato, pero el médico que finalmente nos atendió era amable y ¡hablaba inglés!” Monika le dijo que Emil, que tenía 10 años, había nacido con una Tetralogía de Fallot. “El médico le miró la cicatriz dejada por la intervención”, explica Monika. “Fallot es un término internacional y me sentí muy aliviada de que el médico entendiera de inmediato de qué se trataba”. El médico examinó a Emil y decidió mandarle al hospital.

Fueron a un hospital privado que era bonito y estaba limpio. Emil fue admitido en una sala, pero desgraciadamente no había ningún sitio en el hospital donde Monika o los hermanos de Emil se pudieran quedar. “Fue una pesadilla estar en el hospital con dos niños de diez años y una niña de nueve. Al fin y al cabo, ¡yo estaba sola con los niños en Turquía!” A las enfermeras no parecía importarles mucho nuestra situación. Tal vez, piensa Monika, porque no hablaban ni entendían inglés muy bien y no comprendían cuáles eran las necesidades de Monika y su familia.

Fiebre y calambres

La fiebre no bajaba y Emil comenzó a tener calambres. Durante la noche, la familia permaneció junta, en planta, lo mejor que pudo. Afortunadamente, los hermanos de Emil pudieron pasar algunas noches con una familia que habían conocido en el hotel. Monika durmió con Emil en la pequeña cama del hospital o sentada en una silla.

Pero, entonces, su suerte cambió. Una chica sueca, Katja, fue admitida en el mismo hospital con un problema de riñón. “Fue nuestra salvadora. Como hablaba sueco, pudimos salir de vez en cuando del hospital a comer algo, por ejemplo. La hermana de Katja y sus amigos también se llevaron a Jennifer y a Johannes con ellos a hacer algunas excursiones”.

Sin embargo, de pronto, la situación empeoró. “¡La temperatura de Emil descendió a 34.5 grados centígrados!”, explica Monika “Me entró el pánico. Pensé que el termómetro no funcionaba bien, así que pedí uno nuevo, pero mostró lo mismo. Traté de conseguir que nos atendiera un médico, pero las enfermeras no lo consideraban necesario. Pensé que Emil iba a morir y que me lo tendría que llevar de vuelta a casa en un ataúd. Estaba bajo cinco o seis mantas y sábanas y seguía teniendo frío. No hacía más que repetir: “Me encuentro muy mal, mamá”. Por fin llegó un médico que le dio medicación para subirle la temperatura, pero pasó todo un día antes de que volviera a la normalidad. Todavía no sé qué medicación le dieron. No me he atrevido a mirarlo, ni me he atrevido a decírselo a los médicos de Emil. No quería decir nada mientras estaba tomando la medicación, por si acaso no le convenía y tenía que dejar de tomarla. Su temperatura podría haber bajado otra vez y podría haber muerto”.

Recordando el pasado

La estancia en el hospital de Turquía le trajo a Monika viejos recuerdos y volvió a sentir la inseguridad que había experimentado cuando Emil era un recién nacido. Emil, a diferencia de su hermano que pesó casi dos kilos, pesaba menos de un kilo cuando nació en la semana 36 del embarazo. El médico escuchó un soplo en Emil, pero les llevó mucho tiempo diagnosticar de qué se trataba.

Emil pasó los últimos días de sus vacaciones en la habitación del hotel, pero se seguía sintiendo mal y el médico le visitaba diariamente.

No olvides los seguros

Durante la estancia en el hospital, Monika pidió prestado un teléfono para poder contactar con SOS Internacional en Copenhague. También mandó y recibió muchos faxes. “La estancia en el hospital era muy cara, pero, gracias a Dios, yo tenía un seguro y seguros adicionales”, dice. SOS le dijo que se asegurara de guardar todos los recibos. ¡Sólo la visita al centro médico costó varios cientos de euros!

“El principal problema fue que la compañía de seguros sólo pagaba el billete de vuelta a casa de Emil y no los billetes del resto de la familia. Pero yo les escribí una carta y les expliqué cuánto dinero habíamos gastado ya y cómo ya no nos quedaba dinero. Ninguno de nosotros habíamos tenido vacaciones”. Esta carta logró que Monika obtuviera el reembolso de casi todo el dinero gastado.

Este dinero sirvió para pagar un viaje a Nicaragua, donde Monika y los niños fueron de vacaciones hace tres años. Estaban bien preparados para el viaje y Monika llevó con ella penicilina, por si algo pasaba. “Estuvimos allí un mes y yo me sentí segura todo el tiempo”, explica. “Es un país maravilloso para visitar y me alegro de que fuéramos allí. No pasó nada y los niños se quedaron con un recuerdo fantástico para el resto de sus vidas”.

Autor(es): Ulrika Hallin
Última actualización: 2008-12-03