Los niños con cardiopatías congénitas en las clases deportivas del colegio: Simone

© Silke Bruns

Mis padres me han dicho que, cuando era un bebé, tuve al menos 20 crisis de hipoxia al día, debido a una cardiopatía congénita severa. Los doctores, inicialmente, habían tratado de prepararles para aceptar la posibilidad de que, debido a mi cardiopatía, no llegara a vivir más allá de los dos años. Entonces, se ofreció una nueva técnica, no del todo desarrollada, que me dio la oportunidad de ser operada. Me operaron cuando tenía año y medio y, después de eso, mi desarrollo dio un gran salto hacia adelante. Pero los problemas surgieron, de nuevo, cuando fui a la escuela infantil. Allí, los profesores dijeron que yo no podía asistir a una escuela infantil normal y que estaría mejor en un colegio para niños con dificultades de lenguaje, donde sabrían como tratar mi caso.

Sin embargo, mis padres consiguieron mantenerme en la escuela infantil normal, pero tuve que acostumbrarme a no tener nunca ningún amigo, porque siempre estaba marginada y no llegué a integrarme nunca en ningún grupo. Sólo tuve un amigo de verdad, pero él tampoco se encontraba bien. Eso fue lo que nos unió en aquel momento. Los dos nos sentábamos siempre solos en el rincón, haciendo nuestras cosas. Seguimos siendo amigos íntimos incluso hasta la actualidad. Cuando comencé la enseñanza primaria en Alemania del Oeste, él volvió a Alemania del Este. Para mi todo volvió a comenzar de nuevo: una niña nueva, con una cardiopatía congénita, colegio especial, etc.

El director del colegio fue la única persona que me ayudó. Después de que el nuevo profesor hablara a la clase, por primera vez, todos comenzaron a llamarme “discapacitada” y nadie quiso volver a ser mi amigo. Estaba sola, se metían conmigo, se reían de mí y me excluían, lo que me llevó a ser una niña callada, tímida y retraída. No quería ir nunca al colegio y tenía miedo ¡hasta de mis propios compañeros! Pero me las arreglé para terminar esos cuatro años con la esperanza de que las cosas fueran diferentes en el momento en que accediera a la escuela secundaria. Tenía buenas notas y podría haber ido a un instituto de enseñanza secundaria que requiere examen de ingreso, pero no quise porque la mitad de los compañeros de clase con los que peor me llevaba se habían inscrito en los dos institutos de enseñanza secundaria locales de este tipo. Así que, en lugar de eso, fui al colegio de secundaria normal, pero también ahí me marginaron. De alguna manera, me las arreglé para aguantarlo e ignorar las acusaciones e insultos.

Estoy realmente agradecida a mis padres por haberme tratado como a una niña normal y por educarme de la manera en que lo hicieron, a pesar de todo.

Durante un chequeo rutinario en la clínica universitaria, cuando estaba en quinto curso, mi doctor me preguntó si estaría interesada en unirme a un grupo de deportes para niños de mi misma edad y con cardiopatías congénitas. Después de que me hicieran otro chequeo más, ¡dije que sí de inmediato!

En el grupo de deportes para cardiópatas pude comprobar las ventajas de que no se rieran de mí, ¡de hecho fue todo lo contrario! Finalmente, encontré a niños que podían entender mi problema y que me escuchaban. Por primera vez, era aceptada en un grupo. Era incluso de las primeras que escogían a la hora de hacer equipos. Esta experiencia es normal para muchos niños de mi edad, pero para mí era como un sueño hecho realidad ¡simplemente pertenecer a un grupo, reírse con otros niños, y divertirse! Deseaba de forma desesperada disfrutar de este mismo ambiente en la clase de deporte de mi colegio.

Sin embargo éste no era el caso. En las clases de deporte en el colegio habíamos construido un circuito de obstáculos con un trampolín, alfombras para dar volteretas, bancos para hacer equilibrios y un potro. La única cosa que me atreví a hacer fue saltar el potro y, por supuesto, todo el mundo se rió de mí.

Pero, ahora, que formaba parte del grupo de deportes para niños cardiópatas, podía prepararme para la siguiente clase en el colegio. Teníamos que pensar en algunos ejercicios para la siguiente lección en el grupo de deportes para cardiópatas y yo supe, de inmediato, ¡qué era lo que yo realmente quería aprender! Los otros niños cardiópatas y el entrenador pensaron que era una gran idea y estaban todos convencidos de que lo conseguiría.

Mis padres también vinieron para ver si era capaz de vencer mi temor. Cuando me llegó el turno, el entrenador me enseñó cómo debía saltar para no hacerme daño. Todo el mundo me apoyaba de verdad: mis padres, el entrenador y todos los niños me animaban. Esto me dio un gran sentimiento de seguridad y salté.

No puedo describir las reacciones de mis compañeros de clase. Todos me preguntaron que dónde había aprendido a hacerlo. Les hablé a algunos sobre el grupo de deportes y les pareció una buena idea. Fue la primera vez que me sentí bien, estando allí frente a la clase, sin que nadie se riera de mí. A partir de entonces, si alguna vez sentía miedo de hacer algo, recordaría aquel momento y me daría valor. ¡Fue una sensación magnífica!

Después de empezar los deportes para cardiópatas ¡cambié completamente como persona! Me sentía más libre, comencé a hablar más, no sólo en casa, sino también cuando iba a visitar a familiares y con otros miembros del grupo de deportes para cardiópatas. Ya no tenía miedo de que se rieran de mí y era capaz de expresar mi opinión sin ningún problema. Y uno de los cambios más importantes para mí y para mi familia fue que conseguí superar mi miedo.

Simone (cuyo nombre se ha cambiado por razones de privacidad), nació en 1985 con Tetralogía de Fallot. Le hicieron la operación correctora cuando tenía 18 meses.

Autor (es): Simone